ISBN: 9789504988823
Encuadernación: Tapa rústica
Medida: 15 x 23cm
Páginas: 400
SINÓPSIS:
El sol baña los acantilados y las aguas turquesas del
mar de Cornualles cuando Jane Bellamy y Cedric
Stone se conocen en el verano de 1939. No están
destinados a ser una ecuación perfecta, pero son
jóvenes y el amor lo arrolla todo a su paso. Así que
esta historia comienza como otras muchas: él y ella se
enamoran. Hay primeras palabras, primeras miradas
y primeros besos. Y luego la guerra, la nada. Solo
oscuridad. Todo cambia.
Años más tarde, en un hospital de Edimburgo,
Margot Abbot sostiene en la mano un anillo que
pertenece al paciente que dormita en la cama, Cedric
Stone. Ella todavía no lo sabe, pero está a punto de
abrir un baúl de recuerdos y descubrir qué ocurrió tras
aquellos luminosos días de estío que quedaron atrás.
«Si el tiempo no discurriese sin interrupción
hacia delante, si pudiésemos saltar atrás y volver a
casillas ya conocidas como en un tablero de juego,
ellos regresarían una y otra vez a ese instante. Se
encontrarían, la arena les haría cosquillas bajo los pies,
tendrían veinte, cuarenta, sesenta, ochenta años y él
le preguntaría: “¿Y ahora qué?”. Y ella, con la boca
llena de risa, contestaría: “Sigamos viviendo con los
ojos cerrados, que siempre quedará el amor”».
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ISBN: 9789504988823
Encuadernación: Tapa rústica
Medida: 15 x 23cm
Páginas: 400
SINÓPSIS:
El sol baña los acantilados y las aguas turquesas del
mar de Cornualles cuando Jane Bellamy y Cedric
Stone se conocen en el verano de 1939. No están
destinados a ser una ecuación perfecta, pero son
jóvenes y el amor lo arrolla todo a su paso. Así que
esta historia comienza como otras muchas: él y ella se
enamoran. Hay primeras palabras, primeras miradas
y primeros besos. Y luego la guerra, la nada. Solo
oscuridad. Todo cambia.
Años más tarde, en un hospital de Edimburgo,
Margot Abbot sostiene en la mano un anillo que
pertenece al paciente que dormita en la cama, Cedric
Stone. Ella todavía no lo sabe, pero está a punto de
abrir un baúl de recuerdos y descubrir qué ocurrió tras
aquellos luminosos días de estío que quedaron atrás.
«Si el tiempo no discurriese sin interrupción
hacia delante, si pudiésemos saltar atrás y volver a
casillas ya conocidas como en un tablero de juego,
ellos regresarían una y otra vez a ese instante. Se
encontrarían, la arena les haría cosquillas bajo los pies,
tendrían veinte, cuarenta, sesenta, ochenta años y él
le preguntaría: “¿Y ahora qué?”. Y ella, con la boca
llena de risa, contestaría: “Sigamos viviendo con los
ojos cerrados, que siempre quedará el amor”».